En investigación, anónimo no significa calidad, más bien al contrario.
Existen dos perspectivas que me preocupan mucho y que frenan nuestra capacidad de llevar adelante la investigación que necesitan nuestras organizaciones para generar una nueva estrategia, para innovar o para hacer mejor marketing.
Por una parte, de vez en cuando, me encuentro con responsables de Marketing que plantean sus briefings para nuevos estudios sobre la base de que es mejor un estudio en el que no se identifique a la empresa que está detrás, suponiendo que esto aporta algún tipo de calidad al estudio, al sentirse más libres los clientes en expresar sus opiniones desconociendo la autoría de la investigación.
Por otra parte, fuera del mundo del Marketing, me encuentro con responsables de otros departamentos (desarrollo de negocio, innovación, …) que quieren realizar estudios de investigación pero desconocen los mecanismos para diseñarlos, para organizarlos. Muchos de éstos plantean desde un punto de vista bastante ingenuo que lo mejor en los estudios sería que los participantes no tuvieran que identificarse, que guardarán el anonimato para poder expresar su opinión sobre su organización. Creo que demuestran en estos casos cierto complejo de culpabilidad, cierto miedo al qué dirán, … Y, en un preocupante efecto halo, suponen que las personas son capaces de mantener dos discursos, uno sincero si se les pregunta anónimamente y otro falso si se identifican personalmente.
Cualquiera de estas dos perspectivas frenan el potencial de la investigación. La calidad de la investigación no la da el anonimato, la da el compromiso de las personas con el contenido de la investigación. Cuando las preguntas son relevantes, cuando el resultado puede afectar al futuro de las personas que participan, el compromiso (el engagement) llega con fuerza y normalmente acompañado del deseo de que las ideas propias se reflejen ligadas a la persona.